viernes, 10 de mayo de 2013

AMOR COBARDE




Desperté bajo tierra, no sé a cuantos metros, pero eran demasiados. Tantos, que alzaba la vista y se me cansaban los ojos de mirar.
Recapitulemos: antes que nada, yo me encontraba, como todos los días, siguiendo destrangis a la tía más buena de mi barrio, la cual estaba con el más chungo  (del cual me he llevado algún que otro hostiazo sólo por mirarla).
Esta vez, decidí seguirla de lejos, sin despegar el ojo de ella, a lo detective. Iba acompañado del capullo de su novio, el cual iba con un traje de esos que le hacía parecer de Corrupción En Miami o una serie de esas… hay gente que no tiene sentido del ridículo. Ella iba con un vestido moderno de esos que van tan apretadas que es casi un crimen.
Pararon en un puesto de mercadillo a mirar la parafernalia que había por allí, yo estaría a unos veinte metros de ellos cuando, de repente el tío se giró, y clavó su mirada en mí como si fuera un tigre. Antes de que pudiera echar a correr o intentar algo, se abalanzó sobre mí y me dio cuatro puñetazos que me dejaron con la cara más hinchada que un globo aerostático; se levantó, y me dejó tirado en el suelo con la cara hecha unos zorros.
Me levanté con la cara dolorida y decidí irme a casa a curarme. La gente de alrededor no hacía más que mirar y nadie fue capaz de impedir aquello, así que solté una mueca como diciendo “me cago en vosotros, capullos”. Acto seguido, tomé el camino a casa. Al llegar, abrí la puerta y fui derechito al botiquín.
Empecé a curarme los ojos y la nariz, cortando la hemorragia al igual que el labio que lo tenía partido. Fue un rato de bastante dolor, y,  al terminar de hacer todo aquello, mi cabeza me decía que eso iba a acabar, con lo que empecé a pensar formas de deshacerme de aquel hijo de la gran puta y hacer que ella se fijara en mí de una vez.
Busqué entre los trastos de mi casa, y encontré una extensible y algunas cuerdas. Enganché la primera en el cinturón y éstas las puse en una mochila. También cogí un puño americano, porque pasaba de gastar mis nudillos en semejante personaje, y , una vez equipado, recordé que tenía en el congelador un poco de Speed que me sobró de una noche: como mi mente no paraba de dar vueltas, decidí pintarme una larga y aspirar hacia dentro, lentamente pero con fuerza… sintiendo ese puñetazo tan característico de la anfetamina.
Con la mente despejada salí a la calle dirección a casa de ese pedazo de gilipollas, y al llegar a su portería, cogí un chicle mascado que había en el suelo y lo pegué en su timbre, haciendo que contestara y, tras decirle cuatro gilipolleces vi como bajaba por la escalera a toda pastilla. Me escondí en la esquina, y en cuanto abrió la puerta saqué la extensible y le di dos golpes rápidos en las canillas haciendo que cayera de rodillas del dolor. Acto seguido le aticé un gancho en la barbilla tan fuerte que hizo que le saltaran dos dientes y que se mordiera la lengua. Le di un tortazo de los grandes para que se callara y lo amordacé como pude; acto seguido le até de manos y pies y lo llevé arrastrando su culo calle abajo para hacerle sufrir como él hizo conmigo en otras ocasiones.
Lo bueno acaba pronto, y uno de sus compis vio lo que estaba haciendo con él: entonces, fue directo hacia donde yo estaba y me pegó una patada en el costado que me hizo caer redondo al suelo, sacó una navaja y cortó las cuerdas y la mordaza de su amigo, y a mí me hizo un pequeño corte en la cara.
Empezaron a patearme fuerte, y yo iba cubriéndome como podía con los brazos para que no me dieran en la cabeza. Cuando se cansaron de golpearme, me metieron en un coche y me vendaron los ojos.
Tras un buen rato de ruta, pararon el coche, me cogieron entre los dos y me tiraron al hoyo. Mientras iba cayendo en caída libre, iba pensando en mil cosas, y sobre todo en volver a verla.
Besé el suelo de tal forma que se me quitaron las ganas de casi todo… es aquí donde me encuentro ahora atrapado y sin salida, y tan aturdido que me cuesta hasta respirar. Las  paranoias empiezan a hacer su efecto y sólo pienso en encontrar la salida, con la boca seca, sudando como un cerdo y pensando ideas (a no ser que ocurra un milagro).
Ha salido el sol, y me dispongo a intentar salir trepando entre las paredes, pero mis esfuerzos son en vano: apenas hago un metro, vuelvo otra vez hacia abajo, mi única esperanza es gritar, aunque no sé si alguien me oirá en tierra de nadie.
Tras dejarme la piel y la garganta, veo como desde arriba, un tipo con trazas de pastor, me pregunta qué es lo que hago ahí. Después de contarle toda la situación, se dispone a ayudarme, lanzándome una cuerda de las gordas: la cogí, apoyé cada pie en cada una de las paredes, e iba subiendo aguantando como podía y haciendo la mayor fuerza posible con tal de no caerme.
Al salir del agujero me sentía más muerto que vivo, debido a la deshidratación y a los golpes de la caída. El hombre me llevó como pudo hasta su guarida y me sanó y dejó en cama.
Desperté tras medio día de sueño ininterrumpido, y empecé a sentir que ya no pintaba nada allí, así que, después de agradecerle al pastor lo mucho que había hecho por mí y todo eso, le dije que partía a la ciudad, que aún no había terminado mi tarea. Él lo respetó, y me llevó con su mula hacia la autopista, me despedí de él, y comencé a sacar el dedo para ver si alguien con un poco de solidaridad me acercaba.
Fue un camión el que paró, y, después de subirme a él, le dije a donde iba. Me dijo que él no pasaría por ahí aunque podría dejarme más o menos cerca.
Estuvimos hablando de todo, desde nuestra vida, hasta de Induráin… es lo que tiene ser camionero, los pobres se sienten solos y cuando encuentran a alguien se desahogan.
Paramos en una estación de servicio a tomar algo, yo estaba comiéndome un buen bocadillo de calamares con alioli que me sentaron como si fuera la primera vez que comía en años, pura delicia, y de beber tenía Coca-Cola que iba refrescando mi garganta. Después de comer, el camionero se despidió de mí, y me deseó suerte, no sin antes darme una navaja por si pasaba cualquier cosa; era una Inox de Albacete y estaba bien afilada.
Entonces, volví al arcén y saqué otra vez el dedo, esta vez paró una chica que parecía comercial o algo de eso, y que casualmente tenía el mismo destino que yo.
Tras llegar a la ciudad me despedí de ella y puse rumbo al barrio. Cuando llegué, vi a ese desgraciado besándola como si se fuera a la guerra y quizá no fuera a verla más; aproveché el instante para apuñalarle en la pierna y luego en el pecho (aunque sin pasarme), tampoco quería matarlo. Cuando vinieron los de su pandilla a por mí, ella los paró, le dije como pude lo que sentía por ella y me dijo que sintiéndolo mucho, ya no podría querer a ninguno de los dos , que, al fin y al cabo yo me había puesto a su nivel, y allí nos dejó a los dos: él retorciéndose de dolor y sangre, y yo desolado, navaja en mano, y lágrimas en los ojos.
Mujeres; te pasas la vida estudiándolas, y nunca acabarás de entenderlas.